Cómo el capitalismo nos salvará (Steve Forbes - 2009)
Todos conocemos el discurso sobre
el capitalismo: que es fundamentalmente codicioso e inmoral. Que empodera a los
ricos para que puedan seguir enriqueciéndose a costa de los pobres. Que los
mercados libres son espacios Darwinianos donde los más despiadados oprimen
injustamente a los competidores más pobres y donde el costo de los bienes y
servicios básicos como salud y energía se encuentran casi fuera del alcance de
quienes más lo necesitan. El capitalismo también ha sido acusado de una gama de
males sociales, desde la contaminación del aire hasta la obesidad.
No sólo hay personas educadas y
altamente exitosas que se creen este discurso negativo, sino que el mismo es
enseñado en nuestras escuelas. Ha moldeado el pensamiento y los análisis de
nuestros líderes de opinión más influyentes, escritores, pensadores y hacedores
de políticas en ambos partidos políticos. Mucho antes del colapso de la bolsa
de valores, antes de que ejecutivos de AIG y Gerentes del sector automotriz
fueran embadurnados en brea y emplumados por el Congreso, tanto los Demócratas
como los Republicanos culpaban por igual y de manera recurrente a los
ejecutivos “sobre-pagados” y la “codicia de Wall Street” por los problemas que
enfrentaba la enferma economía de los Estados Unidos.
El sesgo anti-negocios siempre ha
estado rampante en nuestras universidades de mayor categoría, donde Marx ocupa
un estatus de ícono, donde los pensadores de libre mercado son escasamente
socializados, y donde las carreras en los sectores sin fines de lucro como la
academia y las artes son percibidas de manera generalizada como moralmente
superiores a aquellos de la “avara” industria privada. El discurso es dominante
también en la industria del entretenimiento. Los empresarios malintencionados
son un villano favorito en las tramas de la televisión y el cine, abarcando
películas como Erin Brockovich hasta
programas de TV como Dirty Sexy Money
(Sucio y sexy dinero).
Incluso algunos de los
beneficiarios principales del capitalismo se han empezado a creer el discurso.
Warren Buffett, el número dos en la lista mundial de billonarios de Forbes, ha
afirmado que su fortuna como uno de los inversionistas más exitosos está “fuera
de proporción”. En el Foro Económico Mundial en el 2008, Bill Gates hizo un
llamado a una “revisión del capitalismo¨, según las palabras del Wall Street Journal. Gates le dijo al
periodista Robert Guth que creía que los frutos del capitalismo, es decir los
avances en salud, tecnología y educación, no estaban llegando a los pobres del
mundo y ayudan principalmente a los ricos.
La mala reputación del capitalismo
ha ayudado a formar muchas malas economías políticas. La gente que se cree este
discurso acude al gobierno para “generar empleo”, mientras que la máquina
generadora de empleo más poderosa siempre ha sido el sector privado. Ellos
creen que la mejor manera de generar mayores ingresos para el gobierno es a
través del aumento de impuestos a los disque ricos y a las corporaciones
avaras. Pero la historia ha demostrado, una y otra vez, que castigar a los
emprendedores y a los negocios que crean empleos y capital es una ruta segura a
la destrucción económica, mientras que reducir impuestos - no con reducciones aisladas
sino con una reducción significativa de las tasas - siempre es el mejor
estímulo económico.
Gracias a la mala reputación del
capitalismo, la gente ataca a empresas grandes del sector privado como Wal-Mart
por un supuesto “poder de mercado” excesivo, mientras que están ciegos al
enorme poder de mercado del gobierno y su rol en los actuales desastres económicos.
Los dos ejemplos más grandes: el
rol protagónico del gobierno en la creación de los gigantes hipotecarios Fannie
Mae y Freddie Mac en el colapso de las hipotecas de alto riesgo y la crisis
financiera y el impacto monstruoso de las enormes aseguradoras gubernamentales
Medicare y Medicaid en la formación del actual mercado disfuncional de la atención
médica.
Debido en parte a este discurso
sobre el capitalismo, muchas personas hoy en día están convencidas de que la
ruta a la salud económica son las políticas proteccionistas que supuestamente
salvaguardan el empleo – cuando en realidad dichas políticas han demostrado, no
sólo en los Estados Unidos pero en varios países alrededor del mundo, ser
asesinos de empleo.
La retórica cargada de emociones de
este discurso impide una comprensión clara de los principios fundamentales del
comportamiento económico. La gente no entiende, por ejemplo, cómo funcionan los
mercados en el mundo real o incluso cómo se crea la riqueza. Creen que la
“riqueza” es exclusivamente algo que los ricos “codiciosos” hacen para sí
mismos, cuando en realidad es también la fuente del capital que es invertido en
los nuevos negocios que crean empleo.
El tamboreo en contra de la
“avaricia” y los “mercados libres” de parte de los medios de comunicación y los
políticos también ha servido para impedir una comprensión clara de lo que
efectivamente es un mercado “libre”. Consecuentemente, la gente echa la culpa
al capitalismo por los desastres económicos como los colapsos hipotecarios y
los costos astronómicos de los seguros de salud, cuando en realidad han sido
causados por un gobierno que no ha dejado que los mercados operen.
Debido a este discurso, la gente
está ciega a la realidad – que lejos de haber fallado, el capitalismo
democrático es la historia de éxito más grande de la historia. Ningún otro
sistema ha mejorado las vidas de tantas personas.
La crisis de los años recientes de
ninguna manera mitiga la explosión de prosperidad que se ha dado desde inicios
de los ochenta, cuando el presidente Ronald Reagan promulgó reformas promercado
que liberaron la economía de las regulaciones de la estagnación de Nixon-Carter
de los setenta. Esas reformas – disminuyendo las tasas impositivas y aflojando
las regulaciones – desencadenaron el capital generador de empleo. El resultado:
una economía rugiente que produjo una inundación de innovaciones – desde las computadoras
personales y teléfonos celulares hasta el Internet.
Efectivamente, podríamos llegar a
contemplar el periodo de 1982 al 2007 como una era dorada de la economía.
Muchas de las comodidades que damos por sentadas hoy – desde cajeros
automáticos y reproductores de DVD hasta computadoras para el hogar y tomografías
– no existían o no eran ampliamente utilizadas hasta fines de los setenta y
comienzos de los ochenta. No es que tengamos más y mejores aparatos, todo lo
que hay que hacer es ver una película antigua de los setenta. Incluso cuando el
pasado es glorificado por Hollywood, se hace bastante obvio – observando todo
desde los electrodomésticos hasta los autos y los hogares – los estándares de
vida en ese entonces eran mucho más bajos. Hemos llegado lejos. No sólo a “los
ricos” sino a las personas de todos los ingresos nos va mejor.
Ningún otro sistema ha sido tan
eficaz como el capitalismo para convertir la escasez en abundancia. Piensa en
las computadoras. Hace cuarenta años, sólo las empresas y los gobiernos tenían
los recursos para los antiguos ordenadores centrales. Una sola máquina llenaba
un cuarto entero. Hoy en día, un aparato de BlackBerry en la palma de tu mano
tiene incluso mayor capacidad de cómputo que esas antiguas máquinas.
Gracias al capitalismo, los estadounidenses
como país están viviendo considerablemente mejor y por más tiempo que al
principio del siglo veinte. En su libro El
mejor siglo de la historia: 25 tendencias milagrosas de los últimos 100 años (The
Greatest Century That Ever Was: 25 Miraculous Trends of the Past 100 Years), el reconocido
economista Stephen Moore y el fallecido profesor Julian Simon realizan la
observación poderosa que desde principios del siglo veinte, la esperanza de
vida ha incrementado, los índices de mortalidad infantil se han reducido en 10
veces su magnitud, la mayoría de las enfermedades mortales – desde la
tuberculosis hasta el polio, la tifoidea y la neumonía – han sido reducidas
drásticamente, incluso erradicadas en muchas partes del mundo y la
productividad agrícola se elevó. El medio ambiente se encuentra más limpio en
muchas partes del mundo. La calidad del aire ha mejorado en alrededor del 30
por ciento en las ciudades estadounidenses desde 1977.
No sólo eso, Moore y Simon
escriben, “la asequibilidad y disponibilidad de los bienes de consumo se
incrementaron enormemente. Hasta los estadounidenses más pobres tienen una cornucopia
de opciones que hace un siglo familias como los Rockefellers y los Vanderbilt
no podían adquirir.”
Hasta la crisis crediticia, decenas
de millones de personas por año en el mundo se estaban uniendo a la clase
media. Entre los años 2003 y 2007, el crecimiento solamente de la economía de EEUU
superaba el tamaño entero de la economía de China. Crecimos el equivalente a
China en cuatro años y medio. Las tasas de crecimiento de China son superiores –
pero provienen de una base mucho más pequeña.
Las reformas de libre mercado –
especialmente desde la caída del muro de Berlín – han traído una explosión de
riqueza sin precedentes a la India, China, Brasil, y los países en Europa
central y oriental, así como América Latina y África. El capitalismo ha traído
consigo una era de riqueza y desarrollo económico que programas de cooperación
internacional fracasados nunca lograron, a pesar de que lo intentaron desde la Segunda
Guerra Mundial. En la China, por ejemplo, más de doscientos millones de
personas tienen ingresos discrecionales. Dicho país tiene una clase media
floreciente. La actual recesión debería ser vista históricamente como una
interrupción, no una culminación, de esta extraordinaria expansión económica.
Aparte de ser responsable por la
prosperidad de millones de personas, el capitalismo democrático ha socavado la
tiranía política y ha promovido la democracia y la paz entre los países del
mundo. Es, sin duda, el sistema más moral que tiene el mundo.
Esta última declaración puede
llamar la atención en una era que ha visto escándalos desde el colapso de Enron
hasta la ruina de riquezas personales y caritativas causada por Bernard Madoff.
Esto no es para minimizar los crímenes de individuos como Madoff y otros, así
como el daño que han causado. Como explicamos, la criminalidad sin precedentes de
individuos como Madoff no reflejan la inmoralidad de la libre empresa así como
los asesinatos de parte de criminales como Ted Bundy o Jeffrey Dahmer no reflejan
un colapso fundamental de una sociedad democrática. La democracia capitalista, como un sistema, es más humanitaria que
las economías dominadas por gobiernos, incluyendo las que no son democráticas.
Los países que liberalizan sus
economías, que permiten a las personas mayor autodeterminación económica,
tienden a moverse, tarde o temprano, hacia una democracia. Desde que los países
del mundo comenzaron a liberalizar sus economías a mediados de los ochenta, el
porcentaje de gobiernos electos democráticamente ha aumentado desde 40 por
ciento a más de 60 por ciento hoy día. China, por ejemplo, todavía no es una
democracia al estilo occidental, pero el país es más libre hoy día que lo que
era durante la era de Mao Tse Tung y la represiva Revolución Cultural.
A pesar de todo el pesimismo
vociferado por los críticos, el sistema de libre empresa es – y siempre lo fue –
la mejor manera de desatar la creatividad, innovación y energía de la gente y
movilizarlos para satisfacer los deseos y necesidades de los demás. Eso es
porque las transacciones de libre mercado, lejos de ser impulsadas por la
codicia, tratan de lograr el mayor beneficio mutuo, no sólo para las partes
directamente involucradas sino eventualmente para el resto de la sociedad.
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